sábado, 25 de junio de 2011

Novecento



Siempre sucedía lo mismo: en un momento determinado, alguien levantaba la cabeza… y la veía. Es algo difícil de comprender. Es decir… Éramos más de mil en aquel barco, entre ricachones de viaje, y emigrantes, y gente rara, y nosotros… Y, sin embargo, siempre había uno, uno solo, uno que era el primero… en verla. A lo mejor estaba allí comiendo, o paseando simplemente en el puente… , a lo mejor estaba allí colocándose bien los pantalones…, levantaba la cabeza un instante, echaba un vistazo al mar… y la veía. Entonces se quedaba como clavado en el lugar en que se encontraba, el corazón le estallaba en mil pedazos y siempre, todas las malditas veces, lo juro, siempre, se volvía hacia nosotros, hacia el barco, hacia todos y gritaba (suave y lentamente): América. (...)